88:18
DANTE MEDINA
INAUGURACIÓN JUEVES 17 DE JULIO DE 18:00 a 22:00 HRS.
LONDRES 161 INT. 19, JUÁREZ, CDMX, 06600


We are starving for the hardness and neglecting the softness of flesh.
Hay cuerpos que no se entrenan para ser admirados, sino para no desmoronarse.
Cuerpos que se repiten, que se ajustan, que se sostienen. No para gustar, sino para sobrevivirse.
En un presente saturado de imágenes, cuerpos y dispositivos, las obras reunidas en esta exposición proponen una mirada íntima y oscura hacia el cuerpo masculino contemporáneo: no como forma ideal, sino como abismo. Cada pintura encarna un estado psíquico donde el deseo convive con la vergüenza, la hiperexposición y la soledad. Son imágenes grotescas, veladas, viscosas. Emanan una violencia muda: el eco de una masculinidad que ya no sabe cómo sostenerse a sí misma, pero insiste.
Esta serie pictórica parte de ahí: de esa zona ambigua donde el cuerpo masculino deja de ser forma para volverse exigencia; no imagen, sino proceso. No promesa, sino carga.
“88:18” señala un estado —una coordenada emocional— donde la compañía se ha desvanecido y el cuerpo queda a solas consigo mismo. Como el verso final de un salmo sin redención, esta obra se hunde en el espesor de la materia sin buscar consuelo.
Aunque el proyecto nació como una crítica a la cultura incel y a las comunidades masculinas marcadas por la frustración erótica, rápidamente se volvió una exploración más profunda: ¿cómo se forma la subjetividad masculina en un mundo donde la pertenencia y la validación parecen depender de regímenes de control que atraviesan la carne, los químicos, las pantallas y la psiquis?
No se trata de representar la masculinidad hegemónica ni de universalizar sus crisis. Lo que emerge aquí no es tanto la imagen del hombre como su performance: el proceso físico y mental que lo sostiene. El foco no está en los hombres que quieren ser o modificar su apariencia para encajar en una norma, sino en aquello que ese cambio representa: un deseo opaco, interior, que rara vez se enuncia con claridad. El concepto de “proceso” sustituye a la imagen misma: importa menos cómo se ve un cuerpo, y más cuánto ha sido moldeado, disciplinado, transformado.
Estas pinturas no ilustran un fenómeno social de masas, sino lo que cada hombre interpreta, modifica, repite, crea desde su subjetividad. Fuera del personaje digital, lejos del ruido algorítmico, los mismos hombres que replican discursos de odio viven procesos internos no lineales, contradictorios, muchas veces invisibles. Deseo y subjetividad no desaparecen: se escurren, se esconden, pero siguen actuando.
No se trata de escultura, sino de repetición. De prueba. De tensión. Estas imágenes encarnan la manera en que ciertos cuerpos —anónimos, periféricos, silentes— se moldean una y otra vez en busca de algo que nunca termina de revelarse.
Algo que no es salud, ni estética, ni éxito. Algo más denso, más experiencial, más primario.
Y es ahí donde la pintura encuentra su urgencia. En un mundo saturado de prescripciones y estímulos, el óleo resiste, mancha, pesa, ralentiza. Cada pincelada interrumpe la claridad idealizada del cuerpo como meta; lo vuelve presencia difusa, cicatriz, gesto fallido: cuerpo que no encaja, pero sigue.
Lo grotesco, entonces, no es deformidad, sino sinceridad.
En esta búsqueda incesante de lo que está en constante mutación, la práctica se vuelve hábito, y el hábito, una forma de existencia.
Lo que aparece no es el cuerpo deseado, sino el que queda cuando todo lo demás ha fallado.
El que persiste sin saber exactamente por qué.
Y en esa insistencia, tal vez, algo profundamente humano aún se sostiene.

